PRÓLOGO
La primera noticia sobre los fusilamientos clandestinos de
junio de 1956 me llegó en forma casual, a fines de ese año, en un café de La
Plata donde se jugaba al ajedrez, se hablaba más de Keres o Nimzovitch que de
Aramburu y Rojas, y la única maniobra militar que gozaba de algún renombre era
el ataque a la bayoneta de Schlechter en la apertura siciliana.En ese mismo
lugar, seis meses antes, nos había sorprendido una medianoche el cercanotiroteo
con que empezó el asalto al comando de la segunda división y al departamento
depolicía, en la fracasada revolución de Valle. Recuerdo cómo salimos en
tropel, los jugadoresde ajedrez, los jugadores de codillo y los parroquianos
ocasionales, para ver qué festejo eraése, y cómo a medida que nos acercábamos a
la plaza San Martín nos íbamos poniendomás serios y éramos cada vez menos, y al
fin cuando crucé la plaza, me vi solo, y cuandoentré a la estación de ómnibus
ya fuimos de nuevo unos cuantos, inclusive un negrito conuniforme de vigilante
que se había parapetado detrás de unas gomas y decía que, revo-lución o no, a
él no le iban a quitar el arma, que era un notable Mauser del año 1901.Recuerdo
que después volví a encontrarme solo, en la oscurecida calle 54, donde
trescuadras más adelante debía estar mi casa, a la que quería llegar y finalmente
llegué dos ho-ras más tarde, entre el aroma de los tilos que siempre me ponía
nervioso, y esa noche másque otras. Recuerdo la incoercible autonomía de mis
piernas, la preferencia que, en cadabocacalle, demostraban por la estación de
ómnibus, a la que volvieron por su cuenta dos ytres veces, pero cada vez de más
lejos, hasta que la última no tuvieron necesidad de volver porque habíamos
cruzado la línea de fuego y estábamos en mi casa. Mi casa era peor queel café y
peor que la estación de ómnibus, porque había soldados en las azoteas y en
lacocina y en los dormitorios, pero principalmente en el baño, y desde entonces
he tomadoaversión a las casas que están frente a un cuartel, un comando o un
departamento depolicía.Tampoco olvido que, pegado a la persiana, oí morir a un
conscripto en la calle y esehombre no dijo: “Viva la patria” sino que dijo: “No
me dejen solo, hijos de puta”.Después no quiero recordar más, ni la voz del
locutor en la madrugada anunciando quedieciocho civiles han sido ejecutados en
Lanús, ni la ola de sangre que anega al país hastala muerte de Valle. Tengo
demasiado para una sola noche. Valle no me interesa. Perón nome interesa, la
revolución no me interesa. ¿Puedo volver al ajedrez?Puedo. Al ajedrez y a la
literatura fantástica que leo, a los cuentos policiales que escribo,a la novela
“seria” que planeo para dentro de algunos años, y a otras cosas que hago
paraganarme la vida y que llamo periodismo, aunque no es periodismo. La
violencia me hasalpicado las paredes, en las ventanas hay agujeros de balas, he
visto un coche agujereadoy adentro un hombre con los sesos al aire, pero es
solamente el azar lo que me ha puestoeso ante los ojos. Pudo ocurrir a cien
kilómetros, pudo ocurrir cuando yo no estaba.Seis meses más tarde, una noche
asfixiante de verano, frente a un vaso de cerveza, unhombre me dice: –Hay un
fusilado que vive.No sé qué es lo que consigue atraerme en esa historia difusa,
lejana, erizada deimprobabilidades. No sé por qué pido hablar con ese hombre,
por qué estoy hablando conJuan Carlos Livraga.
(...)
Para leer o descargar de:
http://es.scribd.com/doc/2310338/Operacion-Masacre
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